sábado, 21 de agosto de 2010

En una torre

Y te espero. Sigo esperándote a ti, a mi caballero andante de espada y escudo. Pero ya no se si te espero. Ya no sé si quiero seguir esperándote impasible a que aparezcas y me rescates porque sé que nunca vendrás. Nunca me salvarás y me llevarás lejos, porque tu eres el culpable de mi mal, de los demonios que apresan cada noche mi alma y hacen que te desee y te odie al mismo tiempo de la forma más insana posible.
Ya no quiero buscar tu rostro entre la gente solo para ver como tus ojos y mis ojos se unen y volvemos a recordar. Ya no quiero que conviertas mis días en noches, mis horas en semanas y mi lucidez en una locura constante. Ya no quiero porque no quiero quererte. Porque igual quiero a otro. Igual a la princesa ya la han rescatado de su torre de recuerdos y sufrimiento. Ella ya no quiere que vengas. Ha encontrado otro caballero, otro príncipe dispuesto a ofrecerle el cielo, la tierra, el mar y todo cuanto se le antoje. Él no quiere ver como llora. A ti, sus lágrimas jamás te importaron y nunca podrán importarte.
- Entonces - piensa la princesa - ¿Por que no abrir de nuevo el alma? ¿Es el miedo lo que me impide ser feliz?
No lo sabe. No sabe que puede pasar cuando esas barreras, esos muros infranquables de amor y odio, de temores y recuerdos caigan, se derrumben buscando una nueva felicidad que ansía y desea más que nada en el mundo. Aunque la felicidad no es un lugar al que se llega sino el camino que reocrres al intentar alcanzarla. Y de eso se ha dado cuenta la princesa. ¿Demasiado tarde? No, nunca es demasiado tarde.